China no es ajena a las protestas sociales y desde el comienzo de la pandemia hemos asistido a diferentes oleadas de descontento ciudadano, cuyo denominador común han sido las políticas covid y la censura, entre otros. Pero ninguna de ellas alcanzó el nivel de magnitud que estamos viendo en los últimos días en diferentes ciudades chinas.
La trágica muerte de diez personas el pasado 26 de noviembre en la ciudad de Urumqi (provincia de Xinjiang) puede haber sido el detonante próximo de la actual ola de protestas. Pero la raíz del problema al que se enfrenta el liderazgo chino es más profunda. Y tiene que ver con una amplia sensación de frustración de la población con respecto a la interminable —y muchas veces errática— política de covid cero, que está causando un daño tremendo a su vida diaria, a sus negocios y a sus perspectivas de futuro.
Como decimos, China está acostumbrada a cientos de protestas diarias. Pero el tamaño, los mensajes y la distribución geográfica y demográfica de las revueltas de estos últimos días constituyen un elemento ciertamente preocupante para Xi Jinping y el renovado liderazgo chino.
El hecho de que muchas de las protestas de los últimos días también hayan tenido lugar en diferentes universidades a lo largo y ancho del país despierta los fantasmas del pasado (crisis de Tiananmen en 1989), sobre todo si consideramos el papel clave que este tipo de movimientos estudiantiles ha tenido en la reciente historia de China.
El mantenimiento de la seguridad política y la estabilidad social constituyen la tarea prioritaria del Gobierno chino, que ha desarrollado a lo largo de los años una estrategia clara y una hoja de ruta precisa a la hora de abordar fenómenos como el que ahora está teniendo lugar.
Resulta difícil pronosticar cómo pueden evolucionar estas protestas en los próximos días y semanas, pero los servicios de seguridad chinos tienen no solo el mandato político, sino también la capacidad para sofocar las revueltas en fase temprana, antes de que estas pudieran evolucionar o derivar hacia objetivos más allá de la crítica a la política de covid cero.
China se encuentra atrapada y en un aparente callejón sin salida respecto a sus políticas para combatir la pandemia. Las nuevas variantes hacen que los casos aumenten, gran parte de la población más vulnerable sigue sin estar vacunada (se calcula que unos 150 millones de personas de la tercera edad), y el sistema de salud pública no podría hacer frente a una crisis sanitaria de semejante envergadura.
Por todo ello, el Gobierno chino no puede cambiar de rumbo y abandonar un control estricto del covid en el corto plazo. Sin embargo, sí deberá adoptar medidas que funcionen a modo de válvula de escape para una población en la que ya hacen clara mella las penalidades y el aislamiento de los últimos tres años.
Siempre existe la posibilidad de que los acontecimientos vividos estos días en diferentes lugares de China deriven en una espiral incontrolable. Esto fue lo que ocurrió en las calles de Pekín en 1989 y nadie fue capaz de preverlo, con las consecuencias que todos conocemos. Pero, como gran estudioso de la historia que es, Xi Jinping lo tiene muy presente y hará todo lo que sea necesario para que no se traspasen las líneas rojas de la seguridad y estabilidad del sistema.
© Copyright LA VOZ DE GALICIA S.A. Polígono de Sabón, Arteixo, A CORUÑA (ESPAÑA) Inscrita en el Registro Mercantil de A Coruña en el Tomo 2438 del Archivo, Sección General, a los folios 91 y siguientes, hoja C-2141. CIF: A-15000649.